Parecía una tontería creer que Juana fue condenada al espantoso tormento de la hoguera por usar ropa de hombre, sin embargo, con el paso de los siglos la variación de la pena posibilitó la subsistencia de la condena. Hoy, con ojos incendiarios, prosigue el juicio de la vestimenta y de los cuerpos, se condenan los amores que no cuajan según las prerrogativas de una moral que pretende no ser vista en relaciones perversas con el poder. La sexualidad del otro los enloquece porque continúa evidenciando que la particularidad del deseo no se adecúa a los mandatos ni se disuelve con el terror ni se aquieta en los claustros y que por subsistir libre, si hace falta, se coge con el diablo.